13 dic 2013

Hablemos de Socialdemocracia

La Socialdemocracia no parece más que la desigualada y endeble pierna izquierda de un sistema económico que se ha tambaleado hasta derrumbarse, aplastando hasta la asfixia a los que estaban en su base. La pierna izquierda del sistema del terror económico, el de los grilletes bancarios (hipotecas, avales…). La pierna izquierda del sistema del terror a la patronal, el del “por lo menos tienes trabajo”. La pierna izquierda del neoliberalismo que aparta, a golpes, de nuestras vidas la locura de un Estado garante de dignidad.

La Academia la define como una disidencia del Marxismo. Con todos los respetos (y sin ánimo de universalización), denominar a la Socialdemocracia europea actual “disidencia” de la teoría marxista, es concederle demasiados honores. Es como un café aguado. O como si al jamón le quitas lo blanco. Definitivamente preferiría apodarla como defección, ya que, volviendo al diccionario, ésta no busca “propugnar una vía democrática hacia el socialismo”, si no más bien parece propugnar una vía de menor impacto social hacia la privatización y venta de recursos energéticos y demás sectores estratégicos de originaria titularidad y gestión públicas; y todo ello aunque fuera por omisión. De acuerdo con lo redactado en la citada obra de la Academia Española, cabe pensar que una socialdemocracia se acerca, por ejemplo, a Chile durante la fugaz (por ilegítimamente truncada) presidencia de Salvador Allende y la (suya, por mandato del pueblo) vía chilena al Socialismo; esto es, en palabras del Presidente, “la primera sociedad socialista edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario”. Tres años más tarde, y tras la nacionalización del cobre y la banca, el aumento de casi un 90% de estudiantes universitarios y la reforma agraria que permitió al campesinado poseer tierras, sufrió un Golpe de Estado que acabó con su vida en La Moneda.

Las comparaciones son odiosas, pero no me imagino a ninguna formación política española (socialdemócrata de siglas) releyendo la teoría y colectivizando nada. Ninguna extravagancia, por otra parte, ya que la misma norma suprema del ordenamiento jurídico español (nada sospechosa de ser de orientación bolchevique) constitucionaliza el instituto jurídico de la expropiación forzosa cuando sea por causa de utilidad pública o interés social.

Es elogiable, por el contrario, la manera en que la política doctrinaria del Capital como elemento predominante en la generación de riqueza se ha encargado de la paulatina mercantilización de todo lo común: electricidad, gas, servicios médicos y educativos, transportes, limpieza, etc.
El Neoliberalismo funciona como una industria perfecta donde no falla nada: la banca percibe miles de millones de euros que se pagan con la reducción de diferentes partidas en los presupuestos generales; la Constitución se modifica y adecúa a las contemporaneidades del crédito; los mass media acribillan a los sistemas foráneos al libre mercado; el trabajador admira al empresario y denuesta al sindicato…

Este sistema hace aguas. Puede que algún día cambie o simplemente mejore, pero veremos qué se ha dejado, para ese entonces, por el camino.



21 jul 2013

Hablemos de grandeza

En 'el sur' se entiende que está profunda en injustamente extendida la idea en 'el norte' de que éste es un pueblo algo vividor, irresponsable (que no supo ahorrar) y no sé cuántas barbaridades más. Probablemente haya tales irreverentes e intolerables pensamientos e idealizaciones en casos puntuales, pero debemos negarnos a pensar en que esto es una generalidad. Porque admitir que esto es lo que piensan en el norte de, por poner un claro ejemplo de sur, Andalucía, significa que no conocen nada de esta mágica tierra.

No trata esta historia de menospreciar a los muy válidos e iguales pueblos nórdicos, sino de ejemplarizar, exponiendo los valores de una rebajada y claramente diferenciada (en lo económico) región sureuropea.

El sur sufre un paro endémico que nada tiene que ver con su espíritu trabajador y luchador. El sur sufre, además, el estigma de una falta de adaptación al liberalismo imperante. El sur sabe (y mucho) de números, pero sabe mucho más de pasión, de arte y de vida. Sabe de gente, de sol y de tierra. El sur sabe de trabajar con aspereza, de sudor, de jornales, de tierras y mar.

¿Dónde si no podría haber nacido un genio como Federico García Lorca? Un granadino incomparable. El poeta y dramaturgo que atenaza los corazones. El hombre que vivirá eternamente a pesar de que fue vilmente fusilado. Hay muchas lágrimas que llevan su firma; e incluso hay distinguidos renglones en su honor. Precisamente los de un talento sevillano, Antonio Machado, que rezaba a su muerte en el conocido: "El crimen fue en Granada: a Federico García Lorca".
Podemos quedarnos en la extensa y rica geografía andaluza y toparnos con una personalidad que descansa en eternas imágenes, el malagueño Pablo Picasso, uno de los más prolíficos, internacionales e influyentes artistas del siglo XX.
Definitivamente nos quedaremos en Andalucía, y disfrutaremos de la música, del flamenco, del prestigioso maestro de la guitarra Paco de Lucía.

En el sur se superará esta etapa de crispación y profundo malestar. El sur se sobrepondrá a todo esto que le ocurre a la clase trabajadora a causa de las malas decisiones de otras personas y de la desindustrialización general en España. Y cuando todo esto pase, ahí seguirán la Mezquita de Córdoba (antaño una de las ciudades más influyentes en lo cultural, político y económico), la Alhambra de Granada, la Giralda, la Torre del Oro, Medina Azahara, la Alcazaba, las letras, el grandioso litoral, la pasión flamenca y el cante jondo, la Alpujarra y su jamón, el estilo de vida, el aceite de oliva de Jaén, el Jerez, el agua de Lanjarón... y tantos y tantos motivos para sentir un profundo orgullo y fascinación por el sur.

Cuando este triste periodo se largue no hará falta incentivar y promocionar marcas. Porque el sur habla, se respira, siente y se escucha diferente.



5 jun 2013

En Australia se vive como en ningún sitio. En España, pues también. Pero depende del sitio.


La OECD, también conocida como "el Club de los Países Ricos" (se ve que la UE ya no merece ese calificativo), ha publicado recientemente un estudio de los de "verdad verdadera" para anunciarnos una lista bien ordenada de los mejores países en los que vivir. Como era de esperar en los tiempos que corren, los países del llamado "Sur de Europa" no salen bien parados, y lugares como Grecia o Portugal ya se encuentran mas cerca de Brasil o de Chile que de Austria o Alemania. España, por su parte, no sale tan mal parada a pesar de la angustiosa realidad del paro masivo. A diferencia de nuestros primos (de riesgo) mediterráneos, España se salva de la quema en el ranking por su modo de vida "comunitario". En otras palabras, según la OECD parece que de lo poco positivo que queda en un país arrasado por la crisis, es la sensación que existe de que uno aún puede confiar en las personas de su entorno.

Tal vez la idea sea correcta: al fin y al cabo, todo indica que es este sentido de solidaridad entre las personas lo que ha frenado la aparición de un estallido político y social de consecuencias mas amplias. Los españoles pueden confiar en sus amigos, pero por desgracia, queda mucho por hacer para confiar en los políticos e instituciones del país.


Otro dato relevante de este estudio de la OECD se encuentra en la confirmación, una vez mas, de Australia como el mejor país en el que vivir. Si, Australia, ese lugar "del Sur" que solemos rodear en los mapamundis con un círculo rojo para señalar que es "del Norte", como si ser un país del Sur y altamente desarrollado fuese incompatible.

Independientemente de si a uno le apasionan los canguros o el surf, para la OECD el país-continente es el mejor lugar para vivir por la simple razón de que no se puede decir nada malo del mismo: si uno mira las categorías individuales, Australia tan sólo destaca en relación a su asentada cultura cívica, pero a diferencia de España, no presenta taras tan graves como la del desempleo.

En cualquier caso, el valor que uno como individuo le pueda otorgar al ranking de la OECD visto como indicador de felicidad es relativo. Ni éste ni el algo mas disparatado indicador de Felicidad Nacional Bruta nos darán las claves sobre nuestra utopía particular, por la simple razón de que la felicidad no se puede cuantificar. Pero mas aún, como en cualquier estadística, es demasiado fácil cometer alguna que otra falacia. Hay sistemas y sistemas, pero en cualquiera de ellos hay gente que está arriba y gente que está abajo. Aunque lo diga la OECD, la ONU o el Consejo Intergaláctico, Iñaki Urdangarín y compañía estaban hasta hace poco encantados de vivir en España. 

La felicidad, ya se sabe, es algo relativo. Es decir, depende de relacionarse con la gente adecuada, como hizo Don Iñaki.


17 may 2013

Por el mismo rasero

Esta intransigente realidad nos tiene absurdamente acostumbrados a contabilizar, medir, cuantificar... cada aspecto de la vida, sin dejar lugar a la incertidumbre ni tolerar las desviaciones de rumbo. Contar, recontar, enumerar, computar cada variable, cada exhalación.

Esta intolerante materialidad objetivada da luz a nuestro camino. De hecho, oscurece el resto de senderos. En esta deriva enumeradora, es necesario plantear de qué manera se puede justificar con una cifra, por ejemplo, el dolor de una madre y un padre en el justo momento en que sus hijas o/e hijos tienen que partir, obligados, a otra tierra en búsqueda de las oportunidades que la suya no supo ofrecerles. ¿Cómo podríamos medir eso? Es evidente que la prima de riesgo no ofrece una respuesta de garantía. Quizá sí tendríamos la oportunidad de medir el volumen de la masa de lágrimas que se deslizarán por los carrillos de esos padres; o bien podemos armarnos de un compás y una regla, echar un par de cuentas y por fin, así sí, tendremos el tamaño exacto del nudo de sus gargantas.

¿Y los amigos que no tuvieron la ocasión? ¿Y los amantes que no se dieron todo cuando debieron hacerlo?, ¿no merecen ellos no verse precipitados a las despedidas? ¿Cómo cuantificamos todo esto? No nos vale que haya subido la bolsa en Tokio, Wall Street o Milán. Tampoco nos sirve lo que esté pasando en esa paralela realidad del Ibex, porcentajes, gráficos, flechas en rojo y en verde.

¿Y los que ya se fueron y no ven un futuro cierto en su casa? Puede que sí hallemos en este caso la magnitud: nostalgia; y su unidad básica de medida: el trago. El trago de melancolía. El trago de añoranza. Y con probabilidad, los que marcharon entiendan que posiblemente su casa ya es ese lugar, y que ni las embestidas de la morriña les hará regresar por temor al desasosiego.

Quizá nunca vuelvan los migrantes. ¿Cuál es la variable que nos va a revelar el coste de la soledad? Desde luego no lo hará el precio del billete de avión rumbo a su nueva vida, ni el tiempo perdido en las escalas. Probablemente se podrán echar cuentas de los anhelos, suspiros, aflicciones... e incluso podremos cronometrar los minutos, horas, años que duran las amarguras.

Quizá nunca retornen los migrantes. Aunque sea matemáticamente imposible la medición de los estragos que causan los hasta pronto, parece razonable pensar que, ni siquiera en un pueblo tan históricamente encamado con las migraciones como el español, dejaremos de intentar darle una medida a la vida.

Quizá nunca regresen los migrantes, pero si lo hacéis, bienvenidos. 

14 may 2013

Las dos Europas

Si Antonio Machado pudiera volver a nuestra época ya no reflexionaría tan sólo sobre el problema de las dos Españas, sino también de lo que ya vienen a ser "las dos Europas". Y de este modo el genio sevillano podría proseguir con su poesía en versión actualizada:


Ya hay un europeo que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una Europa que muere
y otra Europa que bosteza.

Europeíto que vienes
al mundo te guarde Dios.
una de las dos Europas
ha de helarte el corazón.


No queda muy claro si realmente hay dos Españas, o si en verdad hay tres, cuatro o cuarenta y siete versiones del mismo país. Tampoco queda claro si existen dos Europas o más. Pero hay algo fascinante (a la vez que peligroso) en la idea de ver el mundo en blanco y negro, como si todo fuera una cuestión de extremos opuestos e irreconciliables. Ahora que Europa sufre, son muchos los que se han apuntado al carro de las dualidades para explicar el desastre. La frontera se encontraría en el río Rin, separando desde el inicio de los tiempos el cielo del infierno, el pecado de la virtud, el trabajo de la pereza.

Pero, ¿qué hay de cierto en este relato maniqueo de Europa?

La idea de las dos Europas se asemeja en verdad mucho a la de las dos Españas. Dividir el mundo en dos es algo tentador y asequible para muchas personas. En cuanto se retiran los matices, es fácil tomar partido entre el bien y el mal, entre la fuerza y su reverso tenebroso. Así, cual forofos de un Madrid-Barça, vemos que todo encaja: hay una Europa de obreros y otra de banqueros. Proletarios y explotadores. Una Europa de corruptos y otra de santurrones. Al norte del Rin los que viven para trabajar y al sur los que trabajan para sobrevivir. Al sur, campechanos y gastrónomos à la provençale camparían a sus anchas; mientras que el norte sería un refugio de individuos ariscos aficionados a la sofisticada dieta de la patata y de la salchicha. En fin, tópicos trasnochados que vuelven a estar de moda para la nueva temporada.



Los límites a la noción de "las dos Europas" los pone la imaginación

Con todo, esto de las dos Europas tiene algo de cierto. Los tópicos son caricaturas, pero como se suele decir, "cuando el río suena..."

Geográfica y culturalmente, Europa ha sufrido numerosas divisiones a lo largo de su historia. Divisiones que, por otra parte, siempre han estado marcadas por numerosos matices. Así, la cultura grecorromana, que dominaba la práctica totalidad de la Europa meridional, agrupaba a los que no eran de su estilo bajo el calificativo de "bárbaros", ignorando la complejidad de lo que se ocultaba tras la expresión. Del mismo modo se dividió Europa durante la Reforma, en la que toda disensión contra la doctrina de la Iglesia de Roma se llamó "protestante", como si el protestantismo fuese en realidad algo unidimensional. Y así hasta la Segunda Guerra Mundial, donde bajo la solapa de "Aliados" se agrupaban realidades tan distintas como las del Reino Unido, Francia (discutible incluso que lo fueran) y la URSS.

Cierto, siempre se ha podido dividir Europa en dos bandos irreconciliables. A menudo, como ocurrió durante el siglo pasado, hasta se podía hablar de un bando moralmente superior a otro, como fueron los Aliados frente al Eje. Pero las consecuencias sobre los individuos de uno y otro bando siempre fueron las mismas: hambre, miseria y guerra.

¿Existen dos Europa? Puede ser. ¿Están abocadas al enfrentamiento? Tenemos que pensar que no.

La antigua comunidad Europea, en su estructura original, tenía la idea en mente de superar la antigua confrontación. Frente a la tesis de los dos opuestos en permanente lucha hasta la victoria del mas fuerte, la idea de una Europa unida debería de buscar la complementariedad entre las diferencias. Al estilo del materialismo dialéctico, una Europa que merezca la pena tiene que construir una síntesis entre sus diferencias, entre su tesis y su antítesis. Pero si en lugar de todo ello tenemos nos encontramos frente a la losa del dogmatismo, a la tensión entre el amo y el esclavo, volveremos una y otra vez al triste relato de las dos Europas que tanto daño ha hecho a lo largo de los siglos.

8 may 2013

Hablar de crisis es ir mas allá de los cálculos

No se sabe a ciencia cierta cuando acabará la larga agonía económica, política y social en la que Europa se encuentra sumergida desde hace ya mas de un lustro. De hecho, ni tan siquiera existe una ley natural que pronostique el fin irreversible de la ya denominada "Gran recesión". Al fin y al cabo, la economía, por mucho que algunos economistas con exceso de fe piensen en lo contrario, no deja de ser una actividad creada por y para la sociedad. Lo que pronostique el Gobierno de turno, la Comisión Europea, el Banco Mundial o cualquier otra comisión de expertos y tecnócratas no deja de ser una construcción estadística basada en estimaciones y fórmulas que no predicen el futuro, sino que tan sólo lo estiman en base al pasado. Mientras tanto, los portavoces de turno nos hablarán de "brotes verdes", de anticipaciones sobre el final de la crisis para dentro de un lustro o de dos, de décadas perdidas y de otras e innumerables expresiones realizadas para hacer creer a la gente que todo esto no es mas que un bache tolerable dentro de un sistema económico ideal e irreversible.

El problema de este enfoque, que denota una clara falta de visión sobre lo que representa la economía como artefacto social, reside en el hecho de que sólo tiene en cuenta los elementos cuantitativos de nuestras economías y sociedades; haciéndonos creer que todo es básicamente una cuestión de gráficos, de tasas interanuales y de porcentajes. Pero hablar de crisis económica no es sólo un problema de cuantificación, sino de calificación. Sólo con ello puede entenderse la deriva actual de las sociedades europeas hacia una era basada en el recelo del uno hacia el otro; hacia un tiempo en el que la desconfianza, el nacionalismo desbocado y el egoísmo campan a sus anchas.

Mas allá de los números y del "cuando acabará la crisis", valdría también que nos preguntemos en qué condiciones lo haremos. O mejor dicho, si las condiciones en las que lo haremos puedan llegar a ser tan graves que, por muchos dígitos que se nos pongan por delante, la idea de "salir de la crisis" sea una contradicción en sí misma. ¿Acaso tendremos menos crisis si, aún creciendo económicamente, el odio o incomprensión entre una Europa llamada "del Sur" y otra "del Norte" se convierte en un mensaje político de calado durante las próximas décadas? ¿Será suficiente para España hablar del "final de la crisis" tan sólo con criterios económicos sin referirse al desarrollo de una sociedad cada vez mas disgregada, cada vez mas basada en las viejas castas y clases, y cada vez mas tendente hacia el odio entre sus regiones y pueblos?

A largo plazo, es posible que se reduzcan o atenúen los insoportables datos referentes al paro o a ese cinismo especulativo conocido como "prima de riesgo". Sin embargo, ¿qué ocurrirá con la crisis moral, política y social en la que nos encontramos ahora mismo? 

Por mucho que se dediquen a prolongar datos estadísticos, por mucho que se dediquen a usar regla y cartabón para prever un supuesto punto y final a la crisis, hay muchas cuestiones que quedan en el aire. La crisis ha trastornado a los pueblos de Europa y los ha situado en un camino directo hacia el ensimismamiento, hacia el nacionalismo rancio y hacia el populismo de la desesperación. No basta con trazar líneas tangentes que se prolonguen hasta el 2025 o hasta dentro de tres siglos para darse cuenta de que aquí se encuentra gran parte de la gravedad del asunto. Cuando la crisis es de sentimientos políticos y de moralidad, los cálculos no valen. Pero sin una Europa con mas empatía, con mas solidaridad y con mayor cooperación entre sus gentes, ningún gráfico será capaz de declarar el final de la crisis. Esperamos con ansia mejores datos, si, pero también mejores hechos, mejores palabras y mejores sentimientos.